pequeño bote en llamas
miércoles, 5 de enero de 2011
—No lo encuentran... —respondí.
—Y, sin embargo, lo que buscan podrían encontrarlo en una sola rosa o en un poco de agua...
—Desde luego —respondí.
—Pero los ojos están ciegos: hay que buscar con el corazón.
El principito, de Antoine de Saint-Exupéry
domingo, 31 de octubre de 2010
Internautas
REINA
Una pena le pisa los talones a la otra;
tan rápido se siguen. ? Laertes, tu hermana se ha ahogado
LAERTES
¿Ahogado? ¿Dónde?
REINA
Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce
que muestra su pálido verdor en el cristal.
Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas
de ranúnculos, ortigas, margaritas, y orquídeas
a las que el llano pastor da un nombre grosero
y las jóvenes castas llaman "dedos de difunto".
Estaba trepando para colgar las guirnaldas
en las ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre
cedió y los aros de flores cayeron con ella
al río lloroso. Sus ropas se extendieron,
llevándola a flote como una sirena;
ella, mientras tanto, cantaba fragmentos
de viejas tonadas como ajena a su trance
o cual si fuera un ser nacido y dotado
para ese elemento. Pero sus vestidos,
cargados de agua, no tardaron mucho
en arrastrar a la pobre con sus melodías
a un fango de muerte.
Hamlet - Shakespeare
HAMLET
Ser o no ser, esa es la cuestión:
si es más noble para el alma soportar
las flechas y pedradas de la áspera Fortuna
o armarse contra un mar de adversidades
y darles fin en el encuentro. Morir: dormir,
nada más. Y si durmiendo terminaran
las angustias y los mil ataques naturales
herencia de la carne, sería una conclusión
seriamente deseable. Morir, dormir:
dormir, tal vez soñar. Sí, ese es el estorbo;
pues qué podríamos soñar en nuestro sueño eterno
ya libres del agobio terrenal,
es una consideración que frena el juicio
y da tan larga vida a la desgracia. Pues, ¿quién
soportaría los azotes e injurias de este mundo,
el desmán del tirano, la afrenta del soberbio,
las penas del amor menospreciado,
la tardanza de la ley, la arrogancia del cargo,
los insultos que sufre la paciencia,
pudiendo cerrar cuentas uno mismo
con un simple puñal? ¿Quién lleva esas cargas,
gimiendo y sudando bajo el peso de esta vida,
si no es porque el temor al más allá,
la tierra inexplorada de cuyas fronteras
ningún viajero vuelve, detiene los sentidos
y nos hace soportar los males que tenemos
antes que huir hacia otros que ignoramos?
La conciencia nos vuelve unos cobardes,
el color natural de nuestro ánimo
se mustia con el pálido matiz del pensamiento,
y empresas de gran peso y entidad
por tal motivo se desvían de su curso
y ya no son acción. ? Pero, alto:
la bella Ofelia. Hermosa, en tus plegarias
recuerda mis pecados.
Hamlet - shakespeare
Pita descubre una palabra nueva
Una mañana, Tomás y Anita entraron en la cocina de Pita y le dieron los buenos días, pero Pita no contestó. Sonreía apenas, con expresión soñadora.
—Perdonen que no conteste a su saludo; estoy pensando en lo que acabo de descubrir —dijo Pita.
—¿Qué has descubierto?
—¡Una palabra nueva!, ¡una estupenda palabra!
—¿Qué clase de palabra? —indagó Tomás con cierta desconfianza.
—Una maravillosa palabra, una de las mejores que he oído en mi vida.
—Anda, dínosla, Pita —dijeron los niños.
—¡Palitroche! —dijo Pita triunfante.
—¿Palitroche? ¿Y qué quiere decir?
—¡Ojalá lo supiera!
—Si no sabes lo que significa, no sirve para nada —dijo Anita.
—Eso es lo que me preocupa —contestó Pita mordisqueándose el pulgar de la mano derecha.
—¿Quién dice lo que significan las palabras? —preguntó Tomás.
—Yo creó que se reunieron algunos viejitos —dijo Pita—. Inventaron algunas palabras y luego dijeron: "esta palabra quiere decir esto…" Pero a nadie se le ocurrió una palabra tan bonita como palitroche. ¡Qué suerte que haya dado yo con ella! ¡Y les apuesto lo que quieran a que descubriré lo que significa! Quizá se le pueda llamar así al ruido que hacemos cuando andamos en el lodo. A ver, cómo suena "cuando Anita anda en el lodo puede oírse un maravilloso palitroche…" No, no suena bien. Eso no es. Quizá es algo que puede comprarse en las tiendas. ¡Vamos a averiguarlo!
—¡A ver si podemos! —añadió Tomás.
Pita fue a buscar su monedero y lo llenó de monedas.
—Palitroche suena como una cosa bastante cara. Seguramete me alcanzará con esto.
Ya puestos de acuerdo, los tres salieron muy preocupados de la casa. Llegaron a una pastelería.
—Quisiera comprar algunos palitroches —dijo muy seria Pita.
—¿Palitroches? —preguntó la señorita que despachaba—, creo que no tenemos.
Entraron a una ferretería.
—Quiero comprar un palitroche —dijo Pita.
—¿Palitroche?, vamos a ver si encuentro alguno —dijo el dependiente y sacó de un cajón un cepillo que entregó a Pita.
—¡Esto es un cepillo! —exclamó Pita muy enojada—. Yo quiero un palitroche. ¡No intente engañar a una inocente niña!
—Pues no tenemos lo que necesitas, niña, lo siento mucho.
—Lo siento… lo siento… —salió murmurando Pita, verdaderamente contrariada.
—¡Ya sé! Lo más probable es que se trate de una enfermedad. Vamos con el médico.
—Quiero ver al doctor. Es un caso grave —dijo Pita.
Como se trataba de un caso grave, la enfermera los hizo pasar inmediatamente.
—¿Qué te pasa? —le preguntó el médico.
—Estoy muy asustada, doctor. Creo que estoy enferma de un grave palitroche. ¿Es contagioso?
—Tú tienes más salud que todos nosotros juntos —le dijo el médico—. No te preocupes.
—Pero existe una enfermedad con ese nombre, ¿verdad? —preguntó ansiosamente Pita.
—No, pero aunque existiera, tú no lo atraparías jamás.
Pita, Tomás y Anita salieron de ahí bastante desconsolados. Iban con la cabeza baja, pensando que nunca encontrarían un palitroche. De pronto Pita gritó:
—¡Ten cuidado, Tomás, no pises ese animalito!
Los tres miraron hacia el suelo. El animalito era pequeño, con un par de alas verdes que billaban como si fueran de metal.
—No es chapulín, ni grillo —dijo Tomás.
La cara de Pita se iluminó:
—¡Ya sé! ¡Es un palitroche! —gritó triunfante.
—¿Estás segura? —preguntó Tomás.
—¿Crees que no voy a conocer a un palitroche cuando lo veo? Como tú no has visto ninguno en tu vida, no sabes reconocerlos. ¡Mi querido palitroche! Ya sabía yo que al fin iba a encontrarte. Hemos recorrido toda la ciudad buscándote, y estabas casi debajo del zapato de Tomás. Ven, te llevaré a casa y viviremos felices.
FIN
Astrid Lindgren
Amigo Mío
Amigo mío... yo no soy lo que parezco. Mi aspecto exterior no es sino un traje que llevo puesto; un traje
hecho cuidadosamente, que me protege de tus preguntas , y a ti, de mi negligencia.
El "yo" que hay en mí, amigo mío, mora en la casa del silencio, y allí permanecerá para siempre,
inadvertido, inabordable.
No quisiera que creyeras en lo que digo ni que confiaras en lo que hago, pues mis palabras no son otra
cosa que tus propios pensamientos, hechos sonido, y mis hechos son tus propias esperanzas en acción.
Cuando dices: "El viento sopla hacia el oriente", digo: "Sí, siempre sopla hacia el oriente"; pues no
quiero que sepas entonces que mi mente no mora en el v iento, sino en el mar.
No puedes comprender mis navegantes pensamientos, ni me interesa que los comprendas. Prefiero estar a
solar en el mar.
Cuando es de día para tí, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo, todavía entonces hablo de la luz
del día que danza en las montañas, y de la sombra purpúrea que se abre paso por el valle; pues no puedes
oír las canciones de mi oscuridad, ni puedes ver mis alas que se agitan contra las estrellas, y no me interesa
que oigas ni que veas lo que pasa en mí; prefiero estar a solas con la noche.
Cuando tú subes a tu Cielo yo desciendo a mi infierno. Y aún entonces me llamas a través del golfo
infranqueable que nos separa: " ¡Compañero! ¡Camarada!" Y te contesto:
" ¡Compañero! ¡Camarada!, porque no quiero que veas mi Infierno. Las llamas te cegarían, y el humo te
ahogaría. Y me gusta mi Infierno; lo amo al grado de no dejar que lo visites. Prefiero estar solo en mi
Infierno.
Tu amas la Verdad, la Belleza y lo Justo, y yo, por complacerte, digo que está bien, y simulo amar estas
cosas. Pero en el fondo de mi corazón me río de tu amor por estas entidades. Sin embargo, no te dejo ver mi
risa: prefiero reír a solas.
Amigo mío, eres bueno, discreto y sensato; es más: eres perfecto. Y yo, a mi vez, hablo contigo con
sensatez y discreción, pero... estoy loco. Sólo que enmascaro mi locura. Prefiero estar loco, a solas.
Amigo mío, tú no eres mi amigo. Pero, ¿cómo hacer que lo comprendas? Mi senda no es tu senda y,
sin embargo, caminamos juntos, tomados de la mano.
Demian
En estos momentos tuve una certeza fulminante: cada uno tenía una «misión», pero ésta no podía ser elegida, definida, administrada a voluntad. Era un error desear nuevos dioses, y completamente falso querer dar algo al mundo. No existía ningún deber, ninguno, para un hombre consciente, excepto el de buscarse a sí mismo, afirmarse en su interior, tantear un camino hacia adelante sin preocuparse de la nieta a que pudiera conducir. Aquel descubrimiento me conmovió profundamente; éste fue el fruto de aquella experiencia. Yo había jugado a menudo con imágenes del futuro y soñado con papeles que me pudieran estar destinados, de poeta quizá, de profeta, de pintor o de cualquier otra cosa. Aquellas imágenes no valían nada. Yo no estaba en el mundo para escribir, predicar o pintar; ni yo ni nadie estaba para eso. Tales cosas sólo podían surgir marginalmente. La misión verdadera de cada uno era llegar a sí mismo. Se podía llegar a poeta o a loco, a profeta o a criminal; eso no era asunto de uno: a fin de cuentas, carecía de toda importancia. Lo que importaba era encontrar su propio destino, no un destino cualquiera, y vivirlo por completo. Todo lo demás eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad. La nueva imagen surgió terrible y sagrada ante mis ojos, presentida múltiples veces, quizá pronunciada ya otras tantas, pero nunca vivida hasta ahora. Yo era un proyecto de la naturaleza, un proyecto hacia lo desconocido, quizás hacia lo nuevo, quizás hacia la nada; y mi misión, mi única misión, era dejar realizarse este proyecto que brotaba de las profundidades, sentir en mí su voluntad e identificarme con él por completo.
Había probado mucha soledad. Pero ahora presentí que había una soledad más profunda, y que ésta era inevitable.
Demian - Herman Hesse